Cuentan lo que ven y lo que oyen aunque muy pocas veces lo que sienten y piensan en el campo de batalla, pues porque poco importa o simplemente porque no están autorizados a ello. Ofrecen un extracto de la realidad programada para contar. La realidad de los porqués y de los quiénes queda oculta bajo el verdadero poder que en el país gobierna.

Desde luego, el papel de estos periodistas que eligen ser testigos directos para que el mundo sepa qué ocurre mas allá de sus fronteras y no olvide, es crucial en la sociedad de la información. Su trabajo plasma la crudeza y realismo de las limitaciones de un corresponsal de guerra. Muchas veces, la falta de medios con los que cuentan para cubrir un conflicto expresa la “miseria” de esta profesión idealizada por muchos.

La inmediatez de la noticia y convertirse en testigo directo de los acontecimientos son estímulos a los que un periodista no puede resistirse. Las dificultades para transmitir la información, la falta de sueño e, incluso, el hambre o el miedo son pequeños obstáculos para los que escogen este "aventurero" oficio al más puro estilo Indiana Jones.

Cierto es que el periodismo nació para contar historias. Una realidad que, a veces, se olvida por culpa de las presiones de los editores y directores de los grandes medios, ávidos por conseguir una exclusiva. Ser el primero o llegar más lejos es la dinámica que se instaló en las salas de redacción tras el caso Watergate. Sin embargo, como reza una de las máximas de los corresponsales de guerra: “nunca hay una historia que valga una vida”. Lo más importante es poder contar lo que está ocurriendo y para poder hacerlo hay que mantenerse vivo.


Marie Colvin y Rémi Ochlik ya no pueden decir lo mismo. Periodistas muertos recientemente en el campo de batalla que dejan el testimonio de un periodismo humilde y responsable, carente de heroicidad y sometido a intereses que, desde luego, ellos no pudieron controlar. Periodistas muertos que, desgraciadamente, llenan titulares, no cuentan historias. Sobrepasaron límites que les salieron francamente caros.

La pasión por esta arriesgada modalidad de periodismo fue para ellos "peor que una droga", tal y como comentó el fotoperiodista francés Ochlik en una entrevista. Para ellos y para muchos lo que siempre permanece latente es volver. Siempre volver.