Desasosiego, bloqueo y hasta obsesión. Una generación hiper preparada que vive la peor crisis de este siglo y que busca un camino que en cualquier caso se antoja difuso. Acceder al mercado laboral parece una tarea imposible y mantenerse en él, un reto diario. 

Cansados de escuchar la palabra crisis o craisis como diría "la Merkel", seguimos esperando que el teléfono suene y nos digan al descolgar que nos ofrecen un puestazo en la empresa de nuestros sueños. Nada más lejos de la realidad. Nos duele la boca de tener que hablar tantos idiomas para poder hacer click en una oferta de trabajo, las manos de tomar apuntes durante tantos años, las neuronas de ser tan sumamente creativos y el alma de saber que todo ello, no sirve absolutamente para nada. Mirar al futuro es una mera ilusión, por eso miramos con tristeza y melancolía al pasado que hemos vivido.

Decía Jorge Manrique que "cualquier tiempo pasado fue mejor". En estos tiempos que corren el verso encaja a la perfección, provocándonos un sentimiento de duelo y crisis existencial nunca antes experimentada. Ese sentimiento de duelo es producto de una triple pérdida que se traduce en nuestro trabajo, nuestra vida y nuestras ilusiones.

Hace mucho que España dejó de ser el país de las oportunidades, de los cuentos de hadas y del progreso. Parece que la palabra porvenir ya no se pronuncia en este país. Nos dejamos la piel en la calle para gritar que seguimos vivos, que seguimos ahí. Nos dejamos la piel para reivindicar que queremos un futuro, que dejen de lucrarse a nuestra costa. Nos vemos o nos vimos obligados a coger las maletas y marcharnos a buscar algo mejor.

Quien fuera niño y volviese a hacerse con esa ansiada inocencia, un buen puñado de sonrisas y una buena siesta en la que soñar qué queremos ser de mayores. Nadie sueña con este presente. Escépticos, nihilistas... ya se encargó Calderón de la Barca de dejárnoslo claro: "los sueños, sueños son" y los empleos, también.

Soñemos pues, con una senectud digna... y repleta de chiquilladas.