No pretendamos que las cosas cambien si siempre hacemos lo mismo. Albert Einstein.

Pues sí, al científico no le faltaba razón. Ayer y por octava vez desde que España conoce la democracia, los ciudadanos que habitamos en ella nos hemos echado a la calle a protestar y a hacernos escuchar y no solamente a oír, que es lo que habitualmente hacen los políticos con la clase obrera. Una música de fondo en forma de gritos, silbatos y panderetas que parece dejarles impasibles y en una especie de letargo continuo. Sí, supuestamente gobiernan por y para el pueblo pero sus propios intereses son mucho más fuertes que todo eso y comen el terreno a los gritos y el alboroto de fondo. Una sintonía a la que el Gobierno ya se ha acostumbrado e intenta ignorar por todos los medios. 

Muchas fuentes oficiales hablan ya de la huelga general más numerosa que ha existido en toda la historia de la democracia. El 29-M se ha convertido en una condena a la precariedad laboral, a la desaparición de todo tipo de derechos laborales y, en definitiva, a no decir 'ni mu' en el puesto de trabajo por miedo a que el empresario ejerza su poder a su antojo. Hagan sus apuestas porque tenemos todas las papeletas para llegar a ser el país con seis millones de parados.

En el camino del cambio, nos han despegado la mordaza. Ya no hay silencio, solo confusión. Sin embargo,  somos muchos y si la unión hace la fuerza quizá las aguas vuelvan a su cauce, a doce años atrás. Una época en la que el pensamiento de una crisis de este calibre era una simple utopía. Mientras tanto, sálvese quien pueda.