Cuando estás a punto de llegar a la meta sientes un alivio inmenso. Inunda tus pulmones y, en unos segundos, recorre tu estómago para recordarte que vuelves a estar vivo y con un montón de planes por delante. Esa sensación placentera es capaz de tornarse a pocos metros de la victoria, cuando tus piernas se entumecen, tu cabeza da vueltas y tu falta de aliento no te deja pegar una última bocanada al aire. Te desmoronas como un edificio recién declarado en ruinas.

Cuando de trabajo se trata, todos tendemos a pensar que somos invencibles hasta que llega ese fatídico día. Te sientas al borde del abismo y piensas en todas las vivencias que han tenido lugar durante ese tiempo. Es poco común, pero en algunos casos puedes sentir alivio. No quieres volver a estar en ese lugar porque no te has sentido reconocido, ni valorado ni apreciado por tu labor. A unos pocos metros de la meta, tiras la toalla y dejas que todo se vaya al traste en aras de tu salud mental. El miedo se apodera de ti y, cuando pasa la tempestad, sólo sientes paz y alivio. Pero esta vez, no es la misma sensación que al ganar una carrera, pues sabes que no termina ahí, que todo vuelve a empezar como si se tratase de un dejà vu.

El riesgo a desmoronarse existe, pero debes recordar que nuevos e interesantes horizontes se abren ante ti. Nadie dijo que fuera fácil. No en este mundo. No para nosotros.